Sí, recuerdo esos días de entrar a la biblioteca Lapuente del CUCSH, recorrer los pasillos en busca de las nuevas novelas que había que leer, ya fuera para Literatura Española del Siglo de Oro, para Lit. Medieval y Renacentista, Novela Negra... En fin, era de rigor ir hacia allá, con la esperanza de encontrar algún ejemplar, pues si bien en el sistema de búsqueda aparecía, siempre existía la duda ante esos alumnos que se robaban los recursos bibliográficos.
Pero sigamos: sí era un deleite andar por ahí buscando entre la numeración del sistema Dewey (que a veces estaban mal ordenados por los bibliotecarios) pero había un olor peculiar en el ambiente, y no desagradable, sino uno que te transportaba a muchos años atrás (especialmente los ejemplares de los años 40's o aquellos antiguos con sus tapas muy duras de cuero).
Hablo del conocido Olor a libro viejo, y como dicen con el vino (porque yo no lo bebo): "entre más viejo mejor". Aunque nunca me puse a investigar por qué sucedía, recientemente me encontré con este tuit de CRCiencia donde explican el porqué:
¿Por qué huelen tan bien los libros viejos? #PictolineCiencia via @pictoline pic.twitter.com/iEd51y6WDu— CRCiencia (@CRCiencia) 8 de enero de 2018
Me gusta imaginar las historias de los objetos, ver en ellos el pasar de los años y qué fin pudieron tener cuando recién fueron adquiridos y los momentos en los que acompañaron a sus anteriores dueños. Del mismo modo, los libros no sólo nos cuentan la historia que traen impresa, sino la historia de sí mismos. Esto es algo en lo que el libro electrónico jamás podrá competir. De un frío archivo digital, a las huellas, dobleces, roturas o arrugas que quedan en las hojas reales.
Eso es todo por hoy.